TEATRO EN LA PLAZA
Padre y yo habíamos pasado el día escardando la tierra. El calor ya apretaba y a la mies, casi lista para la siega, había que librarla de las malas hierbas. Cuando llegamos a la casa para el almuerzo, madre nos dijo que el pregonero había anunciado para esa noche una función en la plaza. -¡Lo habrás entendido mal, mujer! -dijo padre, levantando la voz- Las funciones son en agosto, para las fiestas. -No, Manuel; lo ha dicho bien claro. Esta noche, en la plaza. Vienen gentes de Madrid. Es un teatro para educar al pueblo –replicó ella, mientras servía el cocido- No son titiriteros ni comediantes. Son señores de estudios. -Educados ya somos, madre –intervine yo- Yo no le falto el respeto a nadie. -Educados, educados… ¿Qué sabemos: cuatro letras y los números? Eso es lo que sabemos aquí: “Sí señor, lo que Vd. mande, señor”. Esa es la educación que hemos mamado –seguía madre, mientras padre sorbía el caldo-. Ahí quedó la cosa hasta que a media tarde llegaron dos camiones y var